lunes, 28 de febrero de 2011

21. PINTURAS EN LA CASA DE LA CALLE 61

Luego de la muerte de mi madre, hace tres años, mi hermanito William encontró en algún lugar de la casa de la 61 lienzos con pinturas antiguas que yo no conocía, y con ellas fue llenando los vacíos que dejaban los muebles que salían. Es interesante observar estos cuadros con hermosos paisajes europeos, aunque están en su mayoría muy sucios. Los que muestro aquí se encuentran en la casa, además de que se ven mejor que como están en realidad, por haberles puesto más luminosidad a las fotografías que les tomé.
Es de notar que ninguno de estos cuadros está firmado. Al respecto, he pensado lo que dice en el primer capítulo del libro Panorámica de la plástica yucatanense, 1916-2007, que publicó el Instituto de Cultura de Yucatán el año pasado, sobre que durante el siglo XIX y hasta entrado el siglo XX se practicaba en Yucatán la copia de postales, grabados y fotografías de motivos europeos. Quizá estas pinturas fueron realizadas por alguno de los Gamboa en Hoctún, o compradas en Mérida cuando se mudaron los abuelos.

Lo cierto es que nos hablan sobre una estética de la casa de nuestra familia, así como de una manera de ver la vida y de identificarse con ciertos símbolos de la clase social a la que pertenecían.

lunes, 14 de febrero de 2011

20. SOBRE LA PRIMA BEATRIZ

Beatriz era una morena de altura estándar y grandes ojos oscuros. Era generalmente callada, dosificando sus palabras y sus intervenciones, aunque a veces, ya en confianza, se le podía escuchar dar sus razones, además de que tenía una conversación muy amena.
Quería mucho a mi madre y mis tías, y había una particular conexión de ella con mi madre, pues se parecían en varios sentidos.
Doña Beatriz Gamboa Ávila nació el 2 de febrero de 1947. Fue hija de don Rodolfo Ariosto Gamboa Gamboa y doña Cristina Ávila Febles. Ignoro cuáles fueron sus estudios, pero entró muy joven a trabajar al periódico Novedades de Yucatán, donde conoció a quien luego fuera su esposo, don José de Concepción Pereyra Lizarraga, a quien todos conocimos como "Pimpo". Se casaron en 1968.
En los años 70 se les presentó la oportunidad de ir a establecer las oficinas del periódico para el estado de Quintana Roo, por lo que se mudaron a Chetumal.
Recuerdo que íbamos al menos una vez al año a visitarlos, por lo que varias veces estuve con sus hijos Mauricio José y Beatriz Josefina cuando eran pequeños, y los he vuelto a ver intermitentemente. Como feliz coincidencia, hace unos meses me encontré con Josefina y conocí a su hija Josie y a su esposo Fernando. Además, tengo entendido que Mauricio está casado y vive en Veracruz.
Beatriz era una mujer muy inteligente. Eso decían mis tías y era anunciado públicamente por mi madre. Comentaban que había tenido la suerte de las feas, pues a ojos de su madre nunca podría tener la predilección que le dispensaba a su hermana María Cristina. Sin embargo, decían, Beatriz se había logrado labrar una buena vida al lado de un muy buen hombre.
Luego que salí de Mérida, supe intermitentemente de mi prima Beatriz, hasta que en abril del año 2003 mi madre me llamó llorando para decirme que había fallecido y que Pimpo estaba muy triste, y que no sabía si lo podría soportar. Desgraciadamente, así fue y Pimpo la sobrevivió cinco años más.
No es mucho más lo que podría decir de mi querida prima Beatriz, pero seguramente habrá alguien que pueda platicar más sobre esta gran mujer.

domingo, 13 de febrero de 2011

19. PRIMICIAS DEL YO

Mi nombre es Robert Alexander Endean Gamboa, aunque no siempre me llamé así. Hasta los seis años fui Roberto Enrique Tadeo, pero luego de una fuerte discusión entre mis padres, mi madre me cambió el nombre y mi padre se fue de casa por alrededor de seis meses.
Nací el 11 de octubre de 1962 y fui el primer hijo de mi madre y el tercero de mi padre, pues él se había casado en el estado de Quintana Roo en los años 50 y tuvo dos hijos, medio-hermanos míos que aún no conozco, pero de cuya existencia me platicó tía Frida.
Mis padres fueron Gloria Gamboa Gamboa y William John Endean. De él hablaré con más profusión en otro momento.
Crecí junto con mi hermanito William en la casa de mis abuelos maternos, en la calle 61 del centro de Mérida. Esta casa para mí ha venido a ser el modelo de lo que debe ser un hogar, un lugar tuyo donde todos los días quieres estar, donde puedes recibir a otros y en donde puedes sentir la creación fluir y ser parte de ella.
Siendo hijo de una maestra y sobrino favorito de otra -tía Elsie-, además de tener una prima muy cercana que se preparó para ser profesora -Fridita-, deduzco que tuve muchas oportunidades a mi alrededor para encauzar mi curiosidad, aunque también hubo ocasiones en que mi madre me frenó para no hacer determinadas cosas. De esta manera, las restricciones iban desde no tener permitido cambiar un tanque de gas o poner un clavo, hasta la negativa de que yo pudiera estudiar ballet, por tratarse de puras mariconerías. Sin embargo, mi madre quería que William y yo estudiáramos algún oficio manual para tenerlo como colchón en la vida, en caso de no tener otro trabajo, y por ello nos metió como aprendices de sastre, aunque eso sólo fue un gran error del que luego desistió.
Debo aclarar que desde los siete años entramos a estudiar piano, pero William decidió no seguir poco antes de cumplir los 10. Yo estudié piano por cerca de 13 años con tres maestros, y recuerdo a dos de mis mentoras con gran cariño: doña Julia Baqueiro y doña Dea Valencia.
Mi infancia y adolescencia en Mérida transcurrieron sin grandes contratiempos, quizá debido a mi carácter más bien sosegado. Estudié la primaria principalmente en dos escuelas: La "Ignacio Zaragoza", por Itzimná, y la "Benito Juárez", en la Esperanza. Cursé la secundaria en la escuela "República de México", de La Mejorada y seguí en la escuela Preparatoria No. 1 de la UDY, luego UADY. Desde la secundaria supe que quería estudiar matemáticas, y averigüe que en la universidad había una escuela, por lo que ingresé a la misma luego de terminar el bachillerato, al alborear los años 80.
En la Escuela de Matemáticas, tuve la fortuna de estar rodeado de un grupo de amigos muy entrañable y solidario. Todos fuimos impactados por el influjo de la biografía de Galois que había escrito Leopold Infeld -traducida por la Editorial Siglo XXI- y esto nos motivó a buscar maneras de salir adelante con nuestra curiosidad: Con un seminario de investigación, con la Sociedad de Alumnos, con viajes a actividades académicas en otras partes del país, y con una veintena de cosas más.
No obstante, la mera idea de que como matemático no tendría más futuro en Yucatán que ser profesor, me desalentó al grado de la depresión, que busqué resolver con un seminario de lógica con el salvadoreño doctor Marroquin, e incluso pensando en cambiar de carrera. O sea, ciertamente un profesor de matemáticas ganaba muy buen dinero, como ya lo había comprobado desde que inicié la carrera, además de que me gustaba dar clases, pero era tal la animadversión de los alumnos hacia las matemáticas que la posibilidad de enseñarles se resolvía en una lucha de titanes, a menos que uno se volviera un profesor buenazo de esos que dejan pasar a todos.
Se me presentó la oportunidad de viajar a la capital del país a estudiar con una beca. Resulta que el presidente De la Madrid arrancó en el año 1983 el Programa Nacional de Bibliotecas Públicas, y se había propuesto formar profesionales para sustentar este instrumento en los estados. Fui de los elegidos por el Gobierno de Yucatán y viaje a estudiar de 1984 a 1986 en la Escuela Nacional de Biblioteconomía y Archivonomía.
Al año siguiente me casé con una guanajuatense, doña Georgina Acuña Ruiz y nos fuimos a vivir a Chilpancingo, donde trabajé como Coordinador de Bibliotecas de la Universidad Autónoma de Guerrero por dos años.
Desde 1989 vivo en la ciudad de México, en donde he tenido distintos trabajos y me he podido desarrollar profesionalmente. Estudié el doctorado en antropología en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, y ahora estoy haciendo el doctorado en bibliotecología y estudios de la información en la UNAM.
Durante más de 15 años trabajé en la UNAM, hasta que en agosto del año pasado renuncié a mi plaza de académico, por estar muy cansado de vivir la trágica situación de pudrición en que se encuentra la Biblioteca Nacional desde hace muchos años. Ahora trabajo como consultor independiente en temas de diseño para solucionar problemas del campo de la información.
Como todos, en la vida he tenido grandes tentaciones, descalabros y momentos que no quiero olvidar. Desde niño he tenido un problema, que antes decía que era como sentirme siempre en un auditorio sólo muy cerca de un escenario, viendo que de tras bambalinas salían unas bolitas brillantes que pasaban cerca de mí, a veces tan próximas que podía tomarlas, apenas mirarlas y dejarlas ir. Mi amigo Alejandro Herrera hace unos años me dijo que eso se llama "déficit de atención" y me recomendó buscar una medicación, pero por terquedad me he negado a hacerlo.
Siento que mi vida ha sido apasionada, pero en cierto sentido. No he vivido una relación grata con mi cuerpo, que a veces siento extraño a mí. Soy gordo, siempre lo he sido, pero antes esta idea me ataba a ciertos convencionalismos. Mi carácter es difícil y soy obsesivo, y por ello muchas personas piensan que tengo un carácter irascible, aunque también las hay que creen lo contrario y me buscan en cuanto me ven.
Me gusta mucho viajar, leer, comer bien, escuchar música y sobre todo platicar. No hay nada más sabroso que platicar o escuchar las pláticas de otros. Por eso, era fanático de estar pegado a la sobremesa que se armaba cada domingo en casa de tía Frida. Por la misma razón, me gusta tanto mi familia, pues si algo sabe hacer muy bien es platicar. Pero esta charla se ha extendido, por lo que la termino ahora y la seguiré en otro momento.