martes, 16 de noviembre de 2010

12. MI MADRE Y LA MÚSICA

Durante muchos años, desde fines de los años 70 y el primer lustro de los 80, mi padre hacía una fiesta anual para reunir a sus amistades extranjeras, y particularmente para honrar a su amigo y maestro de hipnotismo Cress Mann (1901-1987). En esas fiestas, el momento estelar era cuando mi madre amenizaba la fiesta con el piano, o improvisaba melodías para bailar y se animaba la fiesta con todos brincando, hasta que los invitados pedían esquina.
Recuerdo que de niño escuché la anécdota de la clase de piano a la que debían ir las tías Frida y Elsie, aunque no les gustaba. La educación musical era una parte importante del ser de esta familia, y particularmente las mujeres debían saber del asunto. Mi madre acompañaba a mis tías y aprendía las lecciones que ellas no podían dominar. La maestra de piano se dio cuenta, y dado que mis abuelos pensaban que mi madre era muy pequeña para aprender, ella los convenció y mi madre estudió piano varios años, creo que hasta la muerte del abuelo Rodolfo.
Aunque no pudo continuar sus estudios de música, ella tenía un gusto que la hacía acudir, siempre que podía, a conciertos, operas y operetas, musicales y a coleccionar partituras. Además, era una pianista lírica, pues bastaba con tararearle cualquier melodía y ella la ejecutaba con gran maestría, pues dominaba bastante bien la armonía.
El piano de la casa era uno vertical de marca Steinway, de los hechos en Hamburgo y que tenían varios sellos en el arpa, correspondientes a los lugares (Londres y Nueva York) por donde se les había seguido el proceso de producción y distribución.
Debido a esta pasión de mi madre, en la casa de la 61 todavía hay varias partituras, y una de ellas es de la canción yucateca "Gentil meridana", cuya música compuso Ricardo Palmerín. La reproducción que aquí muestro le fue dedicada a mi madre por el compositor.
Además, era común que ella copiara partituras que no podía conseguir, y en una que hizo de la melodía "Principe Vals", de Agustín Lara, encontré la anotación de propiedad que aquí reproduzco.
Escucharla tocar el piano era algo mágico, y causaba gran asombro su capacidad de improvisación y la forma como podía animar las reuniones con sus interpretaciones. Toda la casa era una fiesta en esos momentos, y los vecinos muchas veces fueron testigos de la animación que había adentro, misma que amenazaba siempre con desbordar a la calle.
Cuando eramos niños, mi madre quiso que mi hermanito William y yo aprendieramos a tocar el piano. Él no quiso hacerlo y lo dejó, aunque tenía una inteligencia increíble para el solfeo. Yo pude estudiar 13 años con tres profesores distintos. Mi primer maestro era muy estricto y ni siquiera recuerdo su nombre. Mi segunda maestra fue doña Julia Baqueiro, y a ella siguió y fue una gran influencia en mí la maestra Dea Valencia Rivero.
Luego de que murió mi madre, mi hermanito William y yo habíamos quedado que el piano es mío, dado que a él nunca le interesó la música y yo estudié el instrumento. No obstante, decidió llevarse mi piano y sólo avisarme que lo había tomado para que sus hijos aprendieran música. Estos niños jamás han hecho sonar más que ruidos, por lo que espero poder recuperarlo en algún momento en los próximos meses. Mientras tanto, mi hermano seguirá escondiéndose cada vez que quiero tratar el tema, y mis sobrinos, influidos por su santísima madre, buscarán convencerme de que el piano se ve bonito en su casa y los hace ver bien ante sus amigos.

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